9.12.2010

No alcanza, nunca estaré satisfecha porque simplemente nunca es suficiente.


Una vez que estás ahí
el problema es no querer volver nunca más
fluctuando eternamente entre nebulosas imaginarias
que te obligan a liberar en su máximo esplendor todo aquello a lo que la explicación más coherente no podría encontrarle ni la menor empatía, ni la menor satisfacción. 

Blancos, grises y algunos colores sin nombre perfumes, brisas, fríos y agridulces 
fundidos en un sólo sentir, una misma ensoñación que nunca debería terminar y nunca termina en realidad.
Vivir entre el sueño y la penumbra de lo inevitable hablar con entes que no forman parte del entorno material proyectarse en lugares que jamás existieron tomando bebidas nocivas para el intelecto.


Una vez,

por cada desilusión que no nos costó tantas vidas.
Dos veces más, por esa inefable necesidad
de querer exprimir cada cm3 del talento que no se tiene.
Tres veces, tal vez porque vale la pena escapar de ustedes todo el tiempo...
Cuatro más porque soy dueña de mí misma y de las soledades que no soporto...
Con eso me basta para suspirar extasiada, hasta volver otra vez a encontrarme con tu voz quejumbrosa, reclamando, dragando inútilmente en busca de cierto vestigio de productividad en mí. ¡Qué pena! Porque soy un ser inútil pero ya nisiquiera me importa mientras siempre pueda volver, volver, volver al refugio más grande del universo.

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